CRÓNICA. EN EL CORAZÓN DE CISJORDANIA
Nablus, la ciudad de la esperanza perdida
Para llegar aquí desde Jerusalén, se atraviesan al menos cuatro controles del ejército israelí
CARLOS NOVOA SHUÑA
Enviado especial
NABLUS, Cisjordania. Lo primero que llama la atención cuando se atraviesa Cisjordania de norte a sur o viceversa, es la cantidad de asentamientos judíos enclavados dentro de territorio palestino. En total son 250 colonias instaladas a lo largo del valle del Jordán.
Eso implica necesariamente la presencia de soldados hebreos cerca y en los alrededores de esas colonias para garantizar la seguridad de aquellos colonos que son ciudadanos israelíes. Entonces, la primera conclusión es clara: La creación de un Estado palestino es inviable con la presencia de los asentamientos que, por otro lado, cuentan con todo tipo de servicio, colegios, supermercados, estación de gasolina, carreteras, etc, pero de exclusivo uso para los israelíes.
Hemos atravesado gran parte del valle del bíblico río Jordán para llegar al campo de refugiados de Balata, en el corazón de Nablus, una de las ciudades palestinas más grandes y donde la tensión alcanzó máximos niveles durante la segunda intifada.
Para llegar a este campo de refugiados, hemos debido atravesar cuatro controles del ejército israelí. Y estamos dentro de territorio palestino. Acompañamos a un equipo de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos) que viene a supervisar la entrega de ayuda humanitaria.
En el penúltimo puesto de control, en una zona llamada Zaarata, hemos bajado para tomar fotos. No pasa ni un minuto y dos soldados, un hombre y una mujer, se nos acercan. Nos han escuchado hablar español y uno de ellos, con un inconfundible acento bonaerense, nos dice que no podemos estar allí, ni mucho menos tomar fotos.
Balata es un entrevero de pasajes al cual solo acceden los que viven allí. Además de Juan Solchaga, un español nacido en Zaragoza, miembro de la UNRWA, y de Tarek, que hace las veces de traductor y chofer, nos acompañan dos líderes locales de la zona.
Este es uno de los campos de refugiados creados después de la primera guerra árabe-israelí, en 1948, para recibir a los árabes que salieron de la antigua Palestina, tras la creación del Estado de Israel.
Aquí se instalaron y las Naciones Unidas se encarga de proveerles educación, salud y alimentacón.
Un campo de refugiados es como un asentamiento humano en los conos de Lima. Aquí solo vienen los que viven en la zona y acaso no tienen esperanza de hacer otra cosa. Los hombres se sientan a conversar mientras comparten sus narguilas, pipa tradicional con la que fuman los árabes en el Medio Oriente. Las mujeres cuidan a los niños, van al mercado, cocinan. Todos están viendo por televisión lo que ocurre en Gaza, pero temen protestar fuertemente, lo que ocasionaría la llegada del ejército israelí.
Mientras caminamos por el mercado de Balata, lleno de ambulantes que ofrecen todo tipo de baratijas, noto que las paredes están llenas de posters de mártires que alguna vez se suicidaron en territorio israelí. Los efectos de la intifada.
Dejamos el campo de refugiados y vamos al centro de Naplusa. El ambiente mejora notoriamente, pero sin dejar ese halo de tristeza y resignación entre los 60 mil habitantes de esta ciudad. Ninguno de ellos es libre de salir de Cisjordania. Los que por algún motivo deben ir a Jerusalén o Tel Aviv, necesitan un permiso especial otorgado por el Gobierno Israelí.
Eso sin contar las restricciones que se tiene para movilizarse dentro de la misma Cisjordania, un territorio ocupado por Israel por donde se le mire.
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